Como especialista en psicodiagnóstico y evaluación de la personalidad no he dejado ni un solo momento, durante los años que llevo cómo psicóloga, de difundir la importancia de conocerse a uno mismo.
Pensamos que esas cosas que tienen que ver con la psique, como pensamientos, emociones, sentimientos, nuestra personalidad, incluso esas otras cuestiones de carácter existencial no merecen nuestra atención como factores relevantes para la salud y el bienestar, olvidando que mente y cuerpo van de la mano. Algo que, por otro lado, no ocurre con el cuerpo físico al que le otorgamos cuidados, prevención y un sin fin de terapéuticas destinadas a evitar la enfermedad.
Sin embargo, mantener el equilibrio en nuestra estructura de la personalidad es tan importante como mantener el equilibrio en la estructura de nuestro organismo. En un estado de homeostasis permanente entre lo que entra y sale de nuestro organismo y nuestra mente. Nuestros pensamientos traducidos en química influyen en nuestro cuerpo, así como en nuestro estado de ser y estar en el mundo.
Hemos interiorizado inteligentemente la importancia de la prevención, la promoción de la salud y la mejora de la atención primaria. Prevención que incluye chequeos continuos que permiten la detección precoz y el control de factores de riesgo para reducir la tasa de enfermedad. Nos proponen estilos de vida, hábitos saludables, múltiples consejos y ejercicios… Pero ¿qué pasa con la psique?
Necesitamos un sistema defensivo biológico que nos proteja de factores externos nocivos y necesitamos un sistema defensivo psicológico que nos proteja de aquellos factores internos, que igual de nocivos, surgen de las interferencias producidas por nuestra forma de pensar, sentir y tomar decisiones.
La palabra enfermedad viene del latín” infirmitas” que significa “falto de firmeza”. La enfermedad se manifiesta cuando se produce una alteración que rompe nuestro equilibrio. Desde este punto de vista, el cuerpo físico no es el único vulnerable a la enfermedad. Como seres humanos estamos constituidos por una realidad física, una realidad mental y una realidad espiritual o anímica y la enfermedad puede manifestarse en cada una de estas tres realidades. El cuerpo se quiebra, la mente se quiebra y el alma se quiebra. La solidez en los cimientos de cada una de estas realidades es fundamental, de lo contrario, como ocurre en el cuento de los tres cerditos, cualquier eventualidad puede hacernos caer y derrumbarnos. De hecho, he llegado a la conclusión de que cuanto más se aleja una persona de su potencial latente, más posibilidad existe de malestar, desequilibrio o manifestación patológica. La buena noticia es que cuando uno se mira al espejo con una mirada sincera, todos nuestros límites se disuelven y estamos preparados para cambiar y abrir las puertas a nuestra realidad máxima.
Gracias al autoconocimiento podemos identificar y distinguir entre aquellos aspectos que bien nos elevan o o bien nos alejan de nuestra potencialidad real. Gracias al autoconocimiento podemos adquirir una mayor conciencia (autoconciencia) de nuestra realidad psicológica y forma de relacionarme con los demás, así como hacer los cambios necesarios para actualizar nuestro “ser” auténtico.
Al fin y al cabo, mejorar desde nuestra autenticidad, es la clave nuestra existencia.